domingo, 29 de noviembre de 2009

La clave del éxito (y no tanto)




La pérdida del primer amor, la conclusión de una primera relación amorosa, supone la pérdida de la eternidad, de lo infinito. Supone también, el encuentro al desnudo con la realidad y el sinfín de vueltas por las que nos pasea la vida.

Somos solos, y comenzamos a asimilarlo una vez conocido el abandono.

De ahora en más conoceremos gente, muy probablemente nos enamoraremos un promedio de 2 o 3 veces más a lo largo de nuestra vida, pero aquello que bautizó nuestro acercamiento al amor en sí mismo, desapareció. De nada sirve entonces llorar y patalear hasta que la muerte nos separe. Sin embargo no lo entendemos, y nos dejamos llevar por la idea de que nada tiene sentido si no estamos con la persona que hasta hace dos instantes nos pertenecía en lo que el amor respecta. Claro que después vendrán los pensamientos en frío, el "poner en una balanza", los intentos por olvidar, y por fin el tan esperado momento de salir adelante. Pero hoy nos encontramos paralizados, enredados entre la tristeza y estado de shock, la ansiedad por lo que viene y la nostalgia o melancolía por lo que dejamos detrás. Que cliché. Cuan típicos somos. Que infelicidad la mía comparada con la de él o ella.
El desgarro que sentimos ante la pérdida de la ilusión, es aún mas fuerte que la pérdida en sí; y allí volvemos a empezar. Esta vez sin promesas de amor eterno, infinito. Esta vez algo menos adolescentes, cada vez menos frescos, carentes de espontaneidad. Hemos aquí el error, jamás lo habíamos pensado, pero allí esta: el error garrafal que nos llevará prontamente al fracaso. Que no nos roben ese amor adolescente. Que sea así y aun teniendo miles de años no deje de serlo.

Esa, queridos amigos, es la clave de una relación exitosa (o no, o esa y un centenar más)